jueves, 8 de enero de 2009

HACIA UN NUEVO ORDEN ECONÓMICO MUNDIAL


Cuando la crisis financiera se ha extendido ya por todo el planeta (comenzando a afectar incluso a las periferias que se suponía que lograrían eludir sus efectos) no hay ya posibilidad de disimular su origen inmediato: la permisividad de la administración Bush y de la Reserva Federal que facilitó que los bancos hipotecarios norteamericanos generasen millones de títulos muy arriesgados y que los distribuyeran disimuladamente por todo el sistema financiero mundial.
La gestación y el desarrollo de la crisis

Una de las prácticas financieras más extendidas y típicas de nuestra época consiste en “titularizar” los activos, es decir, en convertirlos en otros productos derivados de los anteriores para conseguir liquidez y rentabilidad de lo que solo sería puro papel si se dejase quieto.

Siguiendo esa práctica, docenas de bancos de inversión adquirieron los títulos hipotecarios que salían de la banca estadounidense, primero, con altas dosis de solvencia pero, poco a poco, convertidos en “basura”, cuando estaban suscritos por individuos sin suficiente capacidad financiera como para hacer frente a las obligaciones que conllevaban si su situación laboral o financiera empeoraba.

Cuando estas hipotecas, llamadas basura o subprime en la jerga financiera se quedaron en el aire porque sus titulares dejaron de pagar, perdieron su valor, y así, los bancos que las habían emitido, primero, y luego quienes las habían ido adquiriendo sucesivamente en las operaciones de titularización tuvieron que ir registrando en sus balances las inevitables pérdidas patrimoniales correspondientes.

Grandes bancos empezaron a quebrar o a mostrar pérdidas muy elevadas y estalló entonces una crisis hipotecaria en Estados Unidos.

Pero esta crisis inicialmente localizada estaba condenada a ser algo más que una simple crisis hipotecaria en aquel país porque las hipotecas basura o, como los llamaron luego, los “productos tóxicos”, circulaban por todo el mundo y, para colmo, lo hacían en “paquetes” en donde había hipotecas buenas y otras malas que la Reserva Federal había autorizado justamente para disimular el riesgo y, así, hacer más fácil su circulación.

Los bancos y entidades financieras de todas clases que habían comprado todo ese tipo de paquetes y títulos comenzaron a registrar una descapitalización galopante: lo que antes habían contabilizado como activos rentables de alto valor, pasaban a ser papeles sin valor alguno (por eso, una de las reivindicaciones que ahora hacen estos inversores es que los activos de esta naturaleza no se contabilicen por el valor de mercado, una propuesta verdaderamente paradójica y sorprendente porque hasta ahora todo el mundo había dicho que si el mercado sirve para algo es para fijar el precio de las cosas). Y cuando se descapitalizaban, disminuía lógicamente su capacidad para ofrecer liquidez a los demás.

Y además o al mismo tiempo, cuando los bancos internacionales empezaron a ser conscientes de que tal riesgo estaba extendido entre las inmensa mayoría de las entidades bancarias, comenzaron a desconfiar una de otras a cerrar el grifo de los préstamos que constantemente se dan entre ellos para disponer de liquidez creciente y así seguir prestando y creando más y más dinero que es lo que les proporciona rentabilidad y poder (hay que recordar que los bancos tienen la capacidad de crear dinero bancario: cuando una persona deposita los 100 euros que supongamos que hay en la economía en un banco y éste presta 80 a otra, ya no hay 100 euros en la economía euros sino 180).

Así fue cómo la inicial crisis hipotecaria USA en una crisis financiera global que tampoco podía quedarse en solo en eso.

En cuanto los mercados financieros comenzaron a dar muestras de perturbación y de falta de liquidez se produjeron como consecuencia dos fenómenos inevitables: por un lado, la desviación de los fondos especulativos desde los mercados financieros e inmobiliarios en crisis a otros en donde también hay tendencias más o menos constantes al alza de precios, el del petróleo y los alimentarios. Así se produjo la terrible subida de precios que afectó a la economía real encareciendo toda la actividad que utiliza esta fuente energética y a los productos alimentarios de la población más pobre del planeta.

Por otro, cuando se cerró el grifo de la financiación se produjo una progresiva parálisis de la actividad económica productiva que, como es bien sabido, puede aguantar muy poco tiempo sin financiación.

Finalmente, pues, la crisis hipotecaria local se había convertido en una crisis real y global.

Lo que la crisis pone al descubierto

La crisis que estamos viviendo no es exactamente nueva. Se han dado otras en años anteriores originadas también por burbujas que disparaban la especulación hasta que reventaban llevándose por delante primero a bancos e inversores y luego y con más fuerza a la actividad económica y al empleo.

Pero lo que en esta ocasión resulta distintivo es su intensidad, por el volumen de capitales afectados, y su amplitud, porque es verdaderamente global. Y es la combinación de esas dos característica lo que le da una magnitud y virulencia extraordinarias. Se trata, por decirlo de una forma gráfica, de un cambio de calidad provocado por un incremento extraordinario de la cantidad.

Y va a ser una crisis de tanta magnitud y peligrosidad que va a ser seguramente irremediable que el propio capital busque alternativas radicales al actual orden financiero internacional. Alternativas que, como señalaré inmediatamente, no tienen por qué ser positivas desde el punto de vista de mejorar el bienestar global y las condiciones de vida la mayoría de la población mundial.

Eso es así porque aunque traten de disimularlo, la actual crisis ha puesto sobre la mesa fallos que afectan a mecanismos básicos de los que depende el funcionamiento actual de las finanzas internacionales. Los principales son los siguientes:

a) La libertad de movimientos de capital, un principio que se da como inexcusable a pesar de que no hay fundamento científico alguno que lo justifique y que, como estamos comprobando, más bien provoca un desorden generalizado porque está principalmente al servicio de las operaciones especulativas que resultan letales para el no solo para la economía productiva sino para el equilibrio financiero.
b) El funcionamiento desregulado de los mercados financieros (o regulado solo para permitir todo a los especuladores) que no solo se ha comprobado completamente ineficaz para aliviar el riesgo, como se decía, sino que se ha mostrado como su principal fuente.
c) El fracaso histórico de los bancos centrales independientes que no solo no han sabido prever ni resolver la crisis sino que se puede decir que han sido sus concausantes, como por ejemplo y principalmente en Estados Unidos.
d) La desnaturalización de la actividad bancaria que ha convertido a los bancos en suministradores de fondos a los mercados especulativos en lugar de consolidarlos como financiadores de la actividad productiva.
e) El irremediable recurso al Estado cuando se producen desequilibrios de envergadura.
f) El coste tan grande que finalmente acaba por suponer el mantenimiento de privilegios para los poderosos en forma de paraísos fiscales, secreto bancario, opacidad en las relaciones financieras, etc.

En definitiva, todo esos aspectos responden a las transformaciones estructurales e institucionales que se han ido dando en los últimos decenios para hacer que la hipertrofia de los flujos financieros derivase en mayores ganancias para el capital. Y el problema que refleja la crisis es que si la tendencia a la financiarización de la economía se deja llegar al extremo, como ha ocurrido, es el propio capital el que se encuentra en peligro.

Por eso, y a diferencia de lo ocurrido en otros momentos y crisis anteriores, ahora van a tratar de ponerle freno. Seguramente, incluso llevando a cabo reformas que hasta ahora más bien estaban en la agenda de movimientos alternativos. De ahí que el propio Obama llevara en su programa la eliminación de los paraísos fiscales o que Sarkozy hable nada más y nada menos que de la refundación del capitalismo. Como tampoco me extrañaría que incluso recurran a algún tipo de tasa internacional que de alguna manera desincentive los movimientos especulativos.

La cuestión, sin embargo, estriba en que no se trata solo de eso porque incluso aún llegando lo más lejos posible que pudieran llegar en ese campo, se está dejando de lado una cuestión fundamental, que es la que constituye el origen mediato de la crisis y la que debería ser el eje sobre el que la izquierda mantuviese una auténtica alternativa política.

Explicaré la cuestión con un poco de detalle.

Para hacer frente a la crisis financiera se necesita efectivamente afrontar la lógica financiera que se encuentra hoy día degenerada y para ello hace falta actuar inexcusablemente y con medidas concretas de las que no puedo ocuparme ahora en los siguientes frentes:

a) En la actividad bancaria, poniendo fin al proceso de desnaturalización que he mencionado arriba, garantizando que los recursos del ahorro privado o público se canalicen efectivamente hacia la actividad productiva.
b) Regulando con disciplina las actividades financieras, creando nuevos instrumentos fiscales, estableciendo desincentivos, restringiendo la libre circulación, prohibiendo productos financieros “de casino”, entre otras medidas.
c) Restringiendo la independencia de los bancos centrales, sometiendo el gobierno de la política monetaria al del conjunto de la actividad económica.
d) Estableciendo un nuevo orden monetario internacional para evitar los problemas que ocasiona el mantenimiento como moneda de referencia de una moneda, como el dólar, hoy día sin respaldo auténtico y en un proceso de creación descontrolado.

Ahora bien, el problema está, como avanzaba antes, que ni siquiera todo ello será suficiente porque detrás de todos los factores inmediatos que han desencadenado la crisis hay otro mediato que no se está abordando.

Me refiero a que la deriva hacia la financiarización que produce y ha producido los problemas que estamos viviendo se origina por un debilitamiento progresivo del sector real de las economía como consecuencia del incremento de la explotación del trabajo que se traduce en la desigualdad creciente, en la disminución de los salarios reales y en el gasto público insuficiente. Todo lo cual provoca una constante caída en la tasa de rentabilidad que lleva a los capitales hacia el universo financiero.

El corolario de todo esto es que para hacer frente de verdad a la crisis no basta solamente, ni siquiera, con realizar los cambios que he mencionado en el ámbito financiero (que son, en cualquier caso imprescindibles) sino que además hay que revertir la pauta tan desigual de reparto que hoy día predomina.

Y es precisamente por ello que la tarea principal que deberían abordar hoy día los gobiernos si realmente quieren tener éxito a la hora de combatir la crisis es aumentar el gasto, olvidarse de las restricciones presupuestarias y del temor al déficit impuesto por los poderosos que no buscan sino cualquier argumento que les evite contribuir al desarrollo social.

En mi opinión, este debería ser el reto de la izquierda mundial en estos momentos: hacer que la crisis no se cierre con otra vuelta de tuerca neoliberal sino con un nuevo estado de cosas que de reinvierta la pauta de distribución de los últimos decenios.

No será fácil porque, como he expresado en otros artículos una parte de la izquierda está muda y otra silenciada, de modo que en todo este maremágnum de confusión y temor, los ciudadanos solo pueden alternativas al pensamiento neoliberal dominante si van a las periferias, si recurren a los medios y movimientos alternativos que hoy día no tienen ni suficiente fuerza ni siquiera la mínima convergencia que les hiciera más fuertes.

Por eso hay que hacer un esfuerzo muy grande para divulgar, para educar y difundir explicaciones y alternativas, pues sin ellas será imposible disponer de las palancas de contrapoder que puedan impedir que las respuestas triunfantes frente a la crisis sean las que convienen a los poderosos de siempre.