lunes, 16 de mayo de 2011

IDEOLOGÍA E IMPOSICIÓN



Una vertiente de la teoría económica de inspiración liberal, iniciada por John Stuart Mill (él del retrato), seguida en el siglo XX por Kaldor y ampliamente difundida en la teoría de corte marginalista dominante al día de hoy, afirma que la inversión tiene una relación necesaria con el ahorro entendido como renta transitoriamente atesorada y no destinada a la adquisición de bienes de ningún tipo, de forma tal que el ahorro operaría como un interregno necesario entre la realización de la ganancia y su reaplicación a la producción. Según esta tesis, los impuestos al consumo (como por ejemplo el Impuesto al Valor Agregado) serían comparativamente preferibles a los impuestos a la renta -especialmente los globales y progresivos- en materia de inversión, ya que mientras estos últimos gravan todos los ingresos del individuo (inclusive los ahorrados), los impuestos al consumo, al dejar libre de imposición los ingresos ahorrados indirectamente favorecerían el crecimiento de la inversión. La solución tecnológica de esta tesis es una recomendación, muy frecuente en la política económica dominante, para sustituir los impuestos a la renta por impuestos al consumo o, al menos, a disminuir los impuestos a las rentas, lo que, si la tesis es correcta, debería llevar a un incremento de la tasa de inversión. Conviene recordar en este sentido que para la teoría keynesiana, en cambio, la inversión es fundamentalmente una función del ingreso y no depende del ahorro, por lo cual un impuesto a la renta tendría un efecto neutro, o incluso favorable a la inversión en la medida en que operara en contra de los excesos de atesoramiento de dinero que no se tradujeran en demanda agregada (Keynes, p. 357).
Después de varias décadas de predominio de políticas de inspiración keynesiana en los Estados Unidos, en la década de 1980 el gobierno de Reagan puso en práctica las recomendaciones de la línea contraria en materia de política económica y disminuyó los impuestos sobre las rentas del capital (no sobre las rentas del trabajo), bajo el supuesto de que ello se traduciría en una suba de la inversión. Sin embargo el vaticinio de Mill, Kaldor y la teoría dominante no se cumplió, ya que la tasa de inversión de Estados Unidos no creció luego de ponerse en práctica la disminución del impuesto a la renta (Samuelson y Nordhaus, p. 80).
Pero a pesar de estas evidencias, la concepción dominante de la política económica suele insistir con la vieja tesis de Mill y Kaldor en cuanto al supuesto efecto positivo en la inversión de la disminución de los impuestos a la renta, lo cual -como en el caso de Stiglitz al que me referí más arriba- podría calificar a esta propuesta como ideológica.
En fin, parece ser que la política económica de sesgo liberal y antikeynesiano, siendo ideológica, no puede empero anotarse en su favor muchos éxitos -globalmente hablando- en materia de crecimiento e inversión. A mi entender, ello revela que una ideología, a diferencia de lo sostenido por -al menos- muchos marxistas como Althusser, puede no tener una funcionalidad plenamente positiva para la estructura económica, y en su lugar puede crear condiciones actual o potencialmente debilitantes de la misma, o por lo menos llevar a su estancamiento, aun cuando superficialmente refuerce (o al menos apunte a reforzar) creencias favorables al mantenimiento del sistema.