viernes, 21 de diciembre de 2007

EEUU: UN SISTEMA IMPOSITIVO KAFKIANO


Según lo delatan Forstmann y Moore EEUU mantiene el régimen impositivo sobre el impuesto a la renta más intrincado y complejo en el mundo lo que rompe con uno de los principios fundamentales de la tributación como el de simplicidad y transparencia.

Por Theodore J. Forstmann y Stephen Moore

Theodore J. Forstmann es profesor de desarrollo internacional en la Universidad de California en Los Angeles y es un académico asociado del Cato Institute.

Stephen Moore es presidente del Free Enterprise Fund y es Académico Titular de Cato Institute.

La reciente investigación del Congreso sobre los abusos de la Oficina de Recaudación de Impuestos (IRS) dramatizó con asombrosos detalles la manera cómo esta agencia gubernamental a cada rato viola los derechos de los contribuyentes respetuosos de las leyes.

Nosotros le hubiéramos podido contar todo eso a los senadores hace dos años, cuando formábamos parte de la Comisión Nacional para el Crecimiento Económico y la Reforma de Impuestos. Allí nos dimos perfecta cuenta del daño que el IRS y el actual código hacen al país.

Nuestra Comisión fue inundada de quejas sobre la manera caprichosa cómo se hace cumplir el código impositivo. Escuchamos un sinfín de relatos de las pesadillas sufridas por ciudadanos expuestos a investigaciones del IRS. Recibimos la carta de una mujer multada por el IRS en US$ 150 por pagar un centavo menos de lo que debía.

Para ver la realidad hay que mirar tras el monstruoso IRS y descubrir al creador de ese Frankestein. Quizá el verdadero villano no es el IRS sino el Congreso mismo, el cual encomendó una misión imposible: hacer cumplir un código impositivo bizantino. Muchos de los abusos del IRS son consecuencia natural del código mismo.

Cuando nació el sistema de impuesto sobre la renta en 1913, el New York Times publicó en una sola página todas las planillas requeridas. Entonces el IRS tenía 3.000 empleados. Hoy, el código impositivo es más voluminoso que la Enciclopedia Británica y, por lo tanto, hay 115.000 funcionarios del IRS para interpretar y hacer cumplir tal monstruosidad. El IRS tiene más empleados que el conjunto de la Agencia de Protección del Ambiente, la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional, la FBI, la Administración de Alimentos y Medicinas, la DEA y la Oficina de Alcohol, Tabaco y Armas. En la última década, el Congreso le ha doblado el presupuesto al IRS y este año aumenta de nuevo en US$ 600 millones.

En los últimos 40 años, el Congreso en 31 ocasiones le ha hecho 400 revisiones al código impositivo. Luego de cada reforma, éste se ha vuelto más ininteligible. El chiste en Washington sobre la "reducción de impuestos" promulgada este verano era que los abogados y contadores fueron los grandes beneficiados. Esta última reforma le añadió 600 páginas al código.

La primera prueba de racionalidad de un código impositivo es si el ciudadano común lo entiende. La realidad es que muchos pequeños empresarios pagan más a abogados y contadores especialistas en impuestos que lo que le pagan al gobierno en impuestos. No hay mejor prueba que esa de la total ineficiencia del sistema.

A pesar de los miles de millones que el gobierno gasta cada año persiguiendo a los evasores del impuesto, la realidad es que el sistema depende fundamentalmente del cumplimiento voluntario de ciudadanos honestos. Sin ello, explotaría el caos. Y la reciente investigación del Congreso indica que nos estamos acercando rápidamente a ese punto crítico.

La solución es obvia. Todas las investigaciones apuntan hacia dos factores que aumentan el cumplimiento voluntario: 1. Que los contribuyentes consideren que el sistema es justo. Justicia impositiva no implica que sólo los ricos pagan impuestos sino que a todos se les aplican las mismas reglas. 2. El sistema tiene que ser sencillo, para que todo el mundo pueda fácilmente calcular cuánto debe. Un sistema justo y simple aumentaría más las recaudaciones que doblar el número de funcionarios del IRS.

Ya es hora de que los congresistas dejen de hablar y promulguen una tasa única, con una declaración del tamaño de una tarjeta postal o que se reemplace por un impuesto a las ventas. Tiene que ser una tasa baja (20% o menos), sin deducciones ni excepciones (o por lo menos tan pocas como sean políticamente posibles). Los ingresos se deben gravar una sola vez, acabando con el tratamiento punitivo al ahorro y la inversión. Y por encima de todo, hay que acabar con el hábito del Congreso de estar jugando constantemente con los impuestos.

El impuesto de tasa única o el impuesto a las ventas es la manera de domar al monstruo. Los abusos de los funcionarios dependen de la complejidad del código. Y la mejor señal de que éste es el camino apropiado es la feroz oposición de los contadores y abogados de impuestos.