martes, 24 de mayo de 2011



Los impuestos suelen ser impopulares –qué duda cabe-, y si se trata del impuesto a las ganancias, más aun. Pero fueron la piedra angular para la creación de los Estados Modernos. Ahora que en plena campaña política, una de las partes ha propuesto abiertamente el impuesto progresivo a la plusvalía minera (eventualmente apoyado por la otra parte), se alzan las voces para oponerse desconsiderando en todo caso la capacidad contributiva de grandes cotos de riqueza. A propósito, cuento aquí la azarosa historia del impuesto a la renta en los EU … la historia nunca fue fácil para los impuestos.


La azarosa historia del Impuesto a la Renta en los Estados Unidos y la XVI Enmienda

Por Oscar Martín Sánchez Rojas
Abogado por la Universidad de Lima

Estados Unidos de Norteamérica insurge a su vida republicana con una base tributaria bastante endeble. El primer impuesto nacional a las ventas nació de una urgencia bélica de la guerra anglo-estadounidense. Este era un impuesto sobre la venta de oro, plata, joyas y relojes. Sin embargo, en 1817 el Congreso eliminó todo los impuestos internos. El fisco de la futura potencia, se alimentaba básicamente de los aranceles cobrados a la mercancía importada.

Pero en 1862, tuvo que volver la guerra, esta vez en forma de guerra civil. La urgencia de ingresos bélicos hizo nacer el tributo predecesor del actual Impuesto a la Renta progresivo. Abolido en 1872, fue re-creado en 1894. Los ingresos de más de $ 4,000 fueron gravados con una tasa de 2%. Esta decisión federal fue muy controvertida, algunos la llamaron “legislación de clase”. Argumentaron que violaba el principio de igualdad ante la ley, penalizando a los ricos y favoreciendo a los pobres (abajo el nivel de exención). Los más radicales lo llamaron “expropiación comunista”, herramienta del credo socialista. Recuérdese que Marx para 1894, ya llevaba de muerto 11 años, pero había dejado en Europa la potente semilla de su credo.

La oposición al impuesto sobre la renta fue tan grave, que fue declarado inconstitucional en 1895. El Tribunal Supremo consideró que era una violación de la cláusula de imposición directa de la Constitución y del principio del federalismo en que se fundó el país. El Tribune de Nueva York comentó: “Gracias a la Corte, nuestro gobierno no fue arrastrado a una guerra comunista contra los derechos de propiedad y los beneficios de la industria”.

Por supuesto, la cuestión estaba lejos de ser resuelta. Los políticos y las necesidades del Estado siguieron abogando por la instauración del impuesto a la renta.

En 1906, el presidente Roosevelt en un mensaje dado en el Congreso, instó a sus compatriotas a considerar un impuesto sobre las ganancias, aun reconociendo sus potenciales problemas: “Es un impuesto difícil de administrar en su trabajo práctico, y tiene que ser ejercido con gran cuidado para que no fuera evadido por los mismo hombres a quienes se pretenda imponer”.

En 1908, William Howard Taft, fue elegido presidente y desde el principio estuvo de acuerdo con apoyar en 1913, una enmienda constitucional que autorice la creación de un impuesto federal a los ingresos, lo que evitaría cualquier contingencia de inconstitucionalidad.
El debate en el Congreso fue largo y duro en contra de esta enmienda. Es memorable el discurso de Richard Byrd, representante de Virginia: “Advierto el comienzo de un nuevo y peligroso periodo para el pueblo americano. La mano larga de Washington caerá sobre todos los hombres de negocios. El ojo del inspector federal será el inquisidor público, una máquina de sanciones. Un ejército de inspectores fiscales, espías, detectives descenderá del Estado para entrometerse en el ámbito privado de nuestros hogares. ¿Quién puede ser ciego para no avizorar lo que viene?

Pero a pesar del escatológico reclamo de Byrd, el impuesto a la renta fue ratificado por los Estados federales en febrero de 1913. Convirtiéndose en la Decimosexta Enmienda:

ENMIENDA XVI
(febrero 3, 1913) El Congreso tendrá facultades para establecer y recaudar impuestos sobre los ingresos, sea cual fuere la fuente derivada, sin prorratearlos entre los diferentes Estados y sin atender a ningún censo o recuento.