lunes, 14 de enero de 2013

PRESIÓN TRIBUTARIA 2012 Y REALIDAD


Interesante aporte al debate sobre la Presión Tributaria por parte del editorial de El Comercio de hoy

Acabamos de batir un récord. Pero no uno deportivo ni de esos que salen en el libro Guinness. La semana pasada se anunció que la presión tributaria en el Perú había superado el 16% del PBI para el 2012, cifra que –según el Instituto Peruano de Economía– es la más alta desde 1980 y la segunda más elevada jamás registrada en nuestra historia. Este resultado supera con creces la meta de 15,7% que se había planteado el Gobierno para el año pasado y sumó, en términos monetarios, la nada despreciable cifra de S/.84.131 millones.
Para ser precisos, sin embargo, hay un aspecto sobre ese porcentaje que es importante resaltar. Si a esa cifra se le sumase lo recaudado mediante otros cobros estatales como, por ejemplo, regalías, licencias, permisos o contribuciones a Essalud, la presión tributaria resultaría todavía mayor. En efecto, el BCR estima que en total los ingresos corrientes del Gobierno general sumaron 21,5% del PBI. Esta es la cifra que realmente deberíamos tener en cuenta porque refleja realmente la verdadera carga que soportan los hombros de los contribuyentes. El récord batido, entonces, es aun más alto.
Ahora bien, el récord alcanzado no es necesariamente una buena noticia. Por un lado, mientras más peso carguen las empresas, más difícil les será moverse para crear trabajo y riqueza. Por otro lado, mientras más peso soporten los consumidores, menor será su real capacidad adquisitiva. Por eso, el aumento de la presión tributaria debería ser bienvenido solo si se consigue mediante el reparto de la carga entre más contribuyentes, mas no si se logra tirando un peso mayor sobre quienes ya venían contribuyendo.
Esto último, lamentablemente, es lo que ha venido ocurriendo. Según un estudio del Consorcio de Investigación Económica y Social (CIES) realizado por Luis Alberto Arias, tres de los principales problemas que tiene el sistema tributario peruano son que las tasas son elevadas en comparación con estándares internacionales, que la base tributaria es reducida y que existen altos niveles de evasión. En pocas palabras, que un grupo pequeño paga una cuenta mayor que la que se paga en otros países, mientras que el resto se la lleva gratis.
La situación se revela peor cuando notamos que, además, el sistema tributario peruano es en gran parte regresivo. Es decir, grava más a quien menos tiene.
Nuestro sistema tributario recauda principalmente a través del Impuesto General a las Ventas (IGV), pues la mayoría de los ingresos tributarios del Gobierno Central están fundamentados en el cobro de este impuesto. En el 2011, por ejemplo, alcanzaron la suma de S/.40.423,9 millones, aproximadamente 53,5% de los ingresos tributarios del Gobierno y 47% de los ingresos totales. Y el pago del IGV afecta más al pobre que al rico, pues pagar 19% sobre las ventas reduce más el poder adquisitivo de alguien que tiene poco dinero que el de quien tiene mucho (para quien gana S/.100 es más duro perder S/.19 que para quien gana S/.10.000 lo es perder S/.1.900). El pago del Impuesto a la Renta es, por el contrario, progresivo, pues quienes menos tienen no lo pagan y, de ahí, va aumentando conforme aumentan los ingresos.
Así, resulta que el sistema tributario peruano es uno donde pocos pagan bastante y, para colmo, se exprime mucho a quien menos tiene. Es como si el Estado fuera un ganadero que ha decidido que, para obtener las enormes cantidades de leche que necesita, no va a importunar a la mayoría de vacas y ordeñará principalmente a un pequeño grupo donde la mayoría no son, siquiera, robustas. Por eso, cuando se anuncia alegremente que se ha batido un récord de presión tributaria sin aumentar la base de contribuyentes, la imagen que debería venir a nuestras cabezas es la de las vacas flacas a las que las vuelven a meter a un corralón para intentar sacar, a la fuerza, un poco más de leche.