viernes, 28 de noviembre de 2008

PAPÁ CUMPLE 100 AÑOS





Claude Lévi-Strauss, el padre del estructuralismo social, cumple el día de hoy cien años de vida. Hace unos meses, para celebrar la aparición de sus obras en la colección de La Pléiade (que incluye extractos de sus diarios de campo, antes desconocidos), el Nouvel Observateur consagró su edición a quien es el último gran intelectual francés del siglo pasado, compañero de generación de Jean-Paul Sartre y Raymond Aron. En ella, Lévi-Strauss hacía esta reflexión: “Fue en el curso del siglo XVIII que Occidente tuvo por primera vez conciencia de que la extensión de su civilización era ineluctable y amenazaba la existencia de miles de sociedades más humildes y frágiles, cuyas lenguas, creencias, artes e instituciones eran sin embargo testimonios irremplazables de la riqueza y la diversidad de las creaciones humanas”. La necesidad de preservar esas sociedades, indispensable para conocer mejor al hombre, está en el origen de su profesión: la etnografía.

Lo que habría de ser su profesión daba apenas sus primeros pasos cuando nació su vocación. “Nació de un telefonazo”, recordaría Lévi-Strauss. “Marcel Mauss y su equipo reclutaban entre los licenciados de filosofía gente que quisiera trabajar en el recién creado departamento de etnografía, una ciencia que recién adquiría rango universitario y hasta entonces había dependido de misioneros y administradores coloniales. Yo hacía sólo dos años que ejercía como profesor de filosofía… Estaba claro que no era eso lo que iba a dar sentido a mi vida. Tenía ganas de descubrir el mundo”. Fue así que aceptó el puesto que le ofrecían en la universidad de Sao Paulo.

Entre 1935 y 1940 vivió en las selvas de Brasil. Después, entre 1940 y 1945, bajo los rascacielos de Manhattan. Había tenido un breve interludio en París, en 1940, cuando este despistado nieto de rabino alsaciano quiso dar clases en el Liceo Henri IV, antes de ser persuadido de volver a Nueva York. Ahí conoció a Breton, Duchamp, Tanguy, Max Ernst y Leonora Carrington, quienes le inculcaron el gusto surrealista por los encuentros imprevistos, recurso literario que habría de explorar en Tristes Tropiques, el libro que lo dio a conocer, saludado por autores tan distintos como Aron y Bataille, escrito en los cincuenta, cuando acababa de fracasar en su segundo intento por ingresar al Collège de France.

“No hay nada más que hacer… La humanidad está instalada en la monocultura y se apresta a producir la civilización en masa, como el betabel”, escribió Lévi-Strauss en Tristes Tropiques. Frente a esa realidad, que lamentaba, este etnólogo, que nunca quiso cambiar el mundo (no fue de derecha ni de izquierda), se dio cuenta de que tampoco lo podía salvar. “No es para perpetuar esa diversidad que yo lucho, sino para preservar su recuerdo”, escribió diez años más tarde en otro de sus libros, Mythologiques. Preservar las voces de un canto Bororo antes de que desaparecieran para siempre, o el gesto de una mano Nambikwara que talla una vara para alumbrar el fuego.

Un amigo, Carlos Tello, cuenta que en 1981 asistió a una de las clases que daba Lévi-Strauss en el Collège de France...El pizarrón estaba lleno de fórmulas incomprensibles. Su pasión era ya, en ese entonces, más vasta y más desesperada que la del etnólogo, pues le preocupaban, por encima de las relaciones entre las culturas, las relaciones del hombre con las demás formas de vida, con todas, las animales y las vegetales, que desaparecían para siempre. Lévi-Strauss caminaba agachado por el salón, sin levantar la cabeza. La levantó una sola vez, al final de la clase, que de pronto se llenó de claridad con la luz sabia y melancólica de su mirada.