lunes, 10 de noviembre de 2008

ESTATIZACIÓN A LA ARGENTINA: ABRIMOS EL DEBATE


Ante la inminente estatización de los fondos de pensiones privados en Argentina, tenemos a continuación la opinión de un opositor a dicha medida, el liberal Alberto Benegas nos expone aquí sus puntos críticos.



Argentina: La consumación del atraco
Por Alberto Benegas Lynch
académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.

Hay que empezar por el principio: a cada persona debe reconocérsele el derecho usar y disponer del fruto del propio trabajo. En la historia argentina es de interés recordar que buena parte de los inmigrantes decidieron invertir en propiedades inmobiliarias para prever su futuro. Luego vino la demoledora “conquista social” de las leyes de control de alquileres y desalojos que liquidó el patrimonio de millones de personas.

Esta debacle se reemplazó con las jubilaciones estatales obligatorias. No se necesita ser un experto en interés compuesto para comprobar la estafa monumental que eso significó. Resultó un chiste macabro el denominarlo “sistema de seguridad social” cuando en verdad constituyó un evidente sistema de inseguridad antisocial. La premisa absurda sobre la que está construido el aporte obligatorio es que la gente no sabrá proteger su vejez. Pero esta arrogante subestimación de las personas no toma en cuenta que si se sigue esta línea de análisis habría que destinar un policía para cada uno al momento de cobrar la pensión puesto que podría gastársela en el bar de la esquina con lo que se habrá cerrado el círculo orwelliano.

Incluso las llamadas “deducciones” en los salarios y honorarios que llevan a cabo los empleadores como “agentes de retención” del gobierno a las que estamos acostumbrados, son de una manifiesta y grotesca inmoralidad. Constituye un ataque a la dignidad de las personas sustraer ingresos de otros y, consecuentemente, imponer una diferencia entre el salario bruto y el neto.

Más adelante vino la mal llamada “privatización” del sistema en el que se obligó a la gente a destinar parte de sus recursos a empresas privadas que, con las fauces abiertas, sacaron provecho del mercado cautivo que el gobierno les brindaba. El punto de partida seguía siendo el tratar a la gente como animalitos que hay que domesticar, en lugar de considerar sagrado e intocable lo que le pertenece a otro.

Luego el aparato estatal comenzó a inmiscuirse en el manejo de la cartera de las empresas de jubilación privadas ordenando que invirtieran en títulos públicos y otras sandeces de tenor equivalente, con lo que los empresarios comenzaron a encontrar pretextos para justificar escasos retornos sobre las colocaciones y justificadamente endosar el problema al gobierno.

Ahora se consuma el atraco. Y esta no es una metáfora ya que el gobierno actual proyecta un manotazo sobre 30 mil millones de dólares de quienes tenían invertido sus ahorros legítimos en las empresas de marras al efecto de engrosar las arcas estatales. Esto significa un sopapo más a las instituciones de la república y al sentido mismo de la democracia basada en el Estado de Derecho.

No era suficiente que el Legislativo abdicara en el Ejecutivo de sus funciones primordiales e indelegables del manejo presupuestario, había que invadir frontalmente la propiedad. A partir de ahora todo queda a merced de los caprichos y arbitrariedades de funcionarios cuya misión es proteger los derechos de cada uno.

A partir de ahora este gobierno queda más claramente alineado con sus admirados Chávez, Ortega, Correa y Morales y la Consitución se convierte en puro formalismo sin sustancia alguna. Incluso la situación se convierte en una versión muy empeorada de las sucesivas confiscaciones de depósitos del menemato, de la Rua y Duhalde quienes bajo distintos eufemismos y subterfugios gramaticales se apropiaron de los fondos de la gente en una maniobra escandalosa y que mancha de vergüenza nuestra historia. Todavía guardamos en la retina las penosas imágenes de personas golpeando desesperadamente las persianas cerradas de la instituciones bancarias cómplices del saqueo, encargadas de proteger y salvaguardar los dineros que se les habían confiado.

Pero en esas ocasiones los gobiernos entregaron papeles de la deuda que los depositantes debieron aceptar como única alternativa al atraco que sufrían. Es como si el ladrón después de su fechoría entregara a las víctimas un pagaré de dudoso valor. En esta oportunidad ni siquiera eso. ¿Qué otra expresión existe en el vocabulario de la ciencia política como no sea que esto pone de relieve una manifestación clara de totalitarismo? ¿Acaso no es más sincero y abierto el fraude si lo hacen las botas de un régimen militar que civiles que operan ocultos tras la fuerza (las botas) que da sustento al gobierno si alguien se resistiera a entregar lo que le pertenece? ¿No constituye una trampa burda a las normas más elementales del constuticionalismo, desde la Carta Magna de 1215 en adelante, el echar por la borda los límites básicos al poder político? ¿No es esto parecido a un golpe a las instituciones de la convivencia civilizada?

A todo esto debe agregarse la estampida del gasto público, los índices mentirosos del Indec, el unitarismo más recalcitrante, la ascendente deuda estatal y la maraña fiscal de dobles y triples imposiciones el contexto de tributos siempre crecientes.

LA CRISIS MUNDIAL SEGÚN RAMONET


La crisis del siglo: El fin de una era del capitalismo financiero

Por Ignacio Ramonet - Le Monde Diplomatique


Los terremotos que sacudieron las Bolsas durante el pasado «septiembre negro» han precipitado el fin de una era del capitalismo. La arquitectura financiera internacional se ha tambaleado. Y el riesgo sistémico permanece. Nada volverá a ser como antes. Regresa el Estado.
El desplome de Wall Street es comparable, en la esfera financiera, a lo que representó, en el ámbito geopolítico, la caída del muro de Berlín. Un cambio de mundo y un giro copernicano. Lo afirma Paul Samuelson, premio Nobel de economía: «Esta debacle es para el capitalismo lo que la caída de la URSS fue para el comunismo.» Se termina el período abierto en 1981 con la fórmula de Ronald Reagan: «El Estado no es la solución, es el problema.» Durante treinta años, los fundamentalistas del mercado repitieron que éste siempre tenía razón, que la globalización era sinónimo de felicidad, y que el capitalismo financiero edificaba el paraíso terrenal para todos. Se equivocaron.

La «edad de oro» de Wall Street se acabó. Y también una etapa de exuberancia y despilfarro representada por una aristocracia de banqueros de inversión, «amos del universo» denunciados por Tom Wolfe en La Hoguera de las vanidades (1987). Poseídos por una lógica de rentabilidad a corto plazo. Por la búsqueda de beneficios exorbitantes.

Dispuestos a todo para sacar ganancias: ventas en corto abusivas, manipulaciones, invención de instrumentos opacos, titulización de activos, contratos de cobertura de riesgos, hedge funds… La fiebre del provecho fácil se contagió a todo el planeta. Los mercados se sobrecalentaron, alimentados por un exceso de financiación que facilitó el alza de los precios.

La globalización condujo la economía mundial a tomar la forma de una economía de papel, virtual, inmaterial. La esfera financiera llegó a representar más de 250 billones de euros, o sea seis veces el montante de la riqueza real mundial. Y de golpe, esa gigantesca «burbuja» reventó. El desastre es de dimensiones apocalípticas. Más de 200 mil millones de euros se han esfumado. La banca de inversión ha sido borrada del mapa. Las cinco mayores entidades se desmoronaron: Lehman Brothers en bancarrota; Bear Stearns comprado, con la ayuda de la Reserva Federal (Fed), por Morgan Chase; Merril Lynch adquirido por Bank of America; y los dos últimos, Goldman Sachs y Morgan Stanley (en parte comprado por el japonés Mitsubishi UFJ), reconvertidos en simples bancos comerciales.

Toda la cadena de funcionamiento del aparato financiero ha colapsado. No sólo la banca de inversión, sino los bancos centrales, los sistemas de regulación, los bancos comerciales, las cajas de ahorros, las compañías de seguros, las agencias de calificación de riesgos (Standard&Poors, Moody’s, Fitch) y hasta las auditorías contables (Deloitte, Ernst&Young, PwC).

El naufragio no puede sorprender a nadie. El escándalo de las «hipotecas basura» era sabido de todos. Igual que el exceso de liquidez orientado a la especulación, y la explosión delirante de los precios de la vivienda. Todo esto ha sido denunciado –en estas columnas – desde hace tiempo. Sin que nadie se inmutase. Porque el crimen beneficiaba a muchos. Y se siguió afirmando que la empresa privada y el mercado lo arreglaban todo.

La administración del Presidente George W. Bush ha tenido que renegar de ese principio y recurrir, masivamente, a la intervención del Estado. Las principales entidades de crédito inmobiliario, Fannie Mae y Freddy Mac, han sido nacionalizadas. También lo ha sido el American International Group (AIG), la mayor compañia de seguros del mundo. Y el Secretario del Tesoro, Henry Paulson (expresidente de la banca Goldman Sachs…) ha propuesto un plan de rescate de las acciones «tóxicas» procedentes de las «hipotecas basura» (subprime) por un valor de unos 500 mil millones de euros, que también adelantará el Estado, o sea los contribuyentes.

Prueba del fracaso del sistema, estas intervenciones del Estado –las mayores, en volumen, de la historia económica- demuestran que los mercados no son capaces de regularse por sí mismos. Se han autodestruido por su propia voracidad. Además, se confirma una ley del cinismo neoliberal: se privatizan los beneficios pero se socializan las pérdidas. Se hace pagar a los pobres las excentricidades irracionales de los banqueros, y se les amenaza, en caso de que se nieguen a pagar, con empobrecerlos aún más.

Las autoridades norteamericanas acuden al rescate de los «banksters» («banquero gangster») a expensas de los ciudadanos. Hace unos meses, el Presidente Bush se negó a firmar una ley que ofrecía una cobertura médica a nueve millones de niños pobres por un costo de 4 mil millones de euros. Lo consideró un gasto inutil. Ahora, para salvar a los rufianes de Wall Street nada le parece suficiente. Socialismo para los ricos, y capitalismo salvaje para los pobres.

Este desastre ocurre en un momento de vacío teórico de las izquierdas. Las cuales no tienen «plan B» para sacar provecho del descalabro. En particular las de Europa, agarrotadas por el choque de la crisis. Cuando sería tiempo de refundación y de audacia.

¿Cuanto durará la crisis? «Veinte años si tenemos suerte, o menos de diez si las autoridades actúan con mano firme.» vaticina el editorialista neoliberal Martin Wolf. Si existiese una lógica política, este contexto debería favorecer la elección del demócrata Barack Obama (si no es asesinado) a la presidencia de Estados Unidos el 4 de noviembre próximo. Es probable que, como Franklin D. Roosevelt en 1930, el joven Presidente lance un nuevo «New Deal» basado en un neokeynesianismo que confirmará el retorno del Estado en la esfera económica. Y aportará por fin mayor justicia social a los ciudadanos. Se irá hacia un nuevo Bretton Woods. La etapa más salvaje e irracional de la globalización neoliberal habrá terminado.

DIPUTADOS ARGENTINOS APRUEBAN ESTATIZACIÓN DE AFPS


El oficialismo argentino avaló el proyecto de Cristina Kirchner que estatiza los fondos de pensiones. Ahora toca al Senado darle la otra mitad de sanción que la medida necesita.

Los diputados argentinos dieron media sanción en la madrugada del viernes al proyecto oficial que estatiza los fondos de pensiones, pese a las críticas de gran parte de la oposición que ve en la medida un intento del gobierno de procurarse fondos.
Tras varias horas de un debate que comenzó el jueves y se prolongó hasta las primeras horas del viernes, el proyecto del oficialismo logró 160 votos en favor y 75 en contra, por lo que obtuvo media sanción.
La iniciativa será ahora tratada por el Senado el 20 de noviembre.

La polémica intervención del gobierno
Las comisiones de Presupuesto y Hacienda y de Previsión habían aprobado el martes el proyecto, que según el Gobierno busca proteger de la crisis financiera global a las futuras jubilaciones de los 9.5 millones de argentinos que están afiliados al sistema privado.
Las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP), que afirman tener invertido el dinero en acciones, bonos y depósitos bancarios siguiendo las estrictas regulaciones oficiales, rechazan el plan oficial.
El sorpresivo anuncio del plan el mes pasado golpeó los mercados de Argentina, que lo interpretaron como una nueva intervención del gobierno en la actividad privada.

Dudan de la solidez del Estado argentino
Además, alimentó las dudas sobre la real capacidad del país de enfrentar los vencimientos de deuda de los próximos meses, porque los inversores creen que la multimillonaria cartera que pasará a administrar el Estado, más las contribuciones mensuales de los trabajadores, serán usadas para realizar esos pagos.
El gobierno debe enfrentar vencimientos de deuda por más de 20,000 millones de dólares en 2009, de los cuales contaría con unos 8,000 millones y el resto deberá captarlos en operaciones de mercado.
Los argentinos ven con recelo el plan oficial, que recuerda tiempos pasados en los que los gobiernos se valían de las jubilaciones para satisfacer necesidades financieras, pero por otra parte cuestionan el manejo de los fondos por parte de las administradoras privadas y las altas comisiones que cobran.