Interesante aporte al debate sobre la Presión Tributaria por parte del editorial de El Comercio de hoy
Acabamos de batir un récord. Pero no uno deportivo ni de esos que salen en el
libro Guinness. La semana pasada se anunció que la presión tributaria en el Perú
había superado el 16% del PBI para el 2012, cifra que –según el Instituto
Peruano de Economía– es la más alta desde 1980 y la segunda más elevada jamás
registrada en nuestra historia. Este resultado supera con creces la meta de
15,7% que se había planteado el Gobierno para el año pasado y sumó, en términos
monetarios, la nada despreciable cifra de S/.84.131 millones.
Para ser precisos, sin embargo, hay un aspecto sobre ese porcentaje que es
importante resaltar. Si a esa cifra se le sumase lo recaudado mediante otros
cobros estatales como, por ejemplo, regalías, licencias, permisos o
contribuciones a Essalud, la presión tributaria resultaría todavía mayor. En
efecto, el BCR estima que en total los ingresos corrientes del Gobierno general
sumaron 21,5% del PBI. Esta es la cifra que realmente deberíamos tener en cuenta
porque refleja realmente la verdadera carga que soportan los hombros de los
contribuyentes. El récord batido, entonces, es aun más alto.
Ahora bien, el récord alcanzado no es necesariamente una buena noticia. Por
un lado, mientras más peso carguen las empresas, más difícil les será moverse
para crear trabajo y riqueza. Por otro lado, mientras más peso soporten los
consumidores, menor será su real capacidad adquisitiva. Por eso, el aumento de
la presión tributaria debería ser bienvenido solo si se consigue mediante el
reparto de la carga entre más contribuyentes, mas no si se logra tirando un peso
mayor sobre quienes ya venían contribuyendo.
Esto último, lamentablemente, es lo que ha venido ocurriendo. Según un
estudio del Consorcio de Investigación Económica y Social (CIES) realizado por
Luis Alberto Arias, tres de los principales problemas que tiene el sistema
tributario peruano son que las tasas son elevadas en comparación con estándares
internacionales, que la base tributaria es reducida y que existen altos niveles
de evasión. En pocas palabras, que un grupo pequeño paga una cuenta mayor que la
que se paga en otros países, mientras que el resto se la lleva gratis.
La situación se revela peor cuando notamos que, además, el sistema tributario
peruano es en gran parte regresivo. Es decir, grava más a quien menos tiene.
Nuestro sistema tributario recauda principalmente a través del Impuesto
General a las Ventas (IGV), pues la mayoría de los ingresos tributarios del
Gobierno Central están fundamentados en el cobro de este impuesto. En el 2011,
por ejemplo, alcanzaron la suma de S/.40.423,9 millones, aproximadamente 53,5%
de los ingresos tributarios del Gobierno y 47% de los ingresos totales. Y el
pago del IGV afecta más al pobre que al rico, pues pagar 19% sobre las ventas
reduce más el poder adquisitivo de alguien que tiene poco dinero que el de quien
tiene mucho (para quien gana S/.100 es más duro perder S/.19 que para quien gana
S/.10.000 lo es perder S/.1.900). El pago del Impuesto a la Renta es, por el
contrario, progresivo, pues quienes menos tienen no lo pagan y, de ahí, va
aumentando conforme aumentan los ingresos.
Así, resulta que el sistema tributario peruano es uno donde pocos pagan
bastante y, para colmo, se exprime mucho a quien menos tiene. Es como si el
Estado fuera un ganadero que ha decidido que, para obtener las enormes
cantidades de leche que necesita, no va a importunar a la mayoría de vacas y
ordeñará principalmente a un pequeño grupo donde la mayoría no son, siquiera,
robustas. Por eso, cuando se anuncia alegremente que se ha batido un récord de
presión tributaria sin aumentar la base de contribuyentes, la imagen que debería
venir a nuestras cabezas es la de las vacas flacas a las que las vuelven a meter
a un corralón para intentar sacar, a la fuerza, un poco más de leche.